martes, 21 de abril de 2009

Sol y las señales

El día que Sol se encontró con él volvió a convencerse de que lo imposible siempre es posible. Él estaba parado frente a su puerta esperándola, ella lo miró sintiendo que no era verdad lo que pasaba frente a sus ojos. Ahora si te volviste loca, pensó dudosa hasta que él se acercó a abrazarla.

Ella, como un maniquí inmóvil se dejó abrazar y volvió a mirarlo para asegurarse de que era cierto, había sido un día en el que ya no estaba segura de nada.
Sol siempre había creído que las señales del destino estaban por todos lados, pero cuando tuvo que cerrar un millón de historias al mismo tiempo pensó que había vivido engañada todo el tiempo.

Estoy viendo lo que quiero ver, se dijo Sol una y otra vez cuando caminaba por alguna calle al azar y veía signos que parecían respuestas a lo que ella venía pensando. Es una coincidencia, hay muchas personas con su nombre, es la edad en la que todo mundo viaja y aquella es la ciudad de moda, repetía cada vez que volvía a darse cuenta de que cuando ella pensaba en él y en alguna pregunta aparecía alguna respuesta. Un cartel, un carro, un desconocido que le daba una frase como si supiera lo que traía en la cabeza.

Las señales no existen, se repetía Sol todos los días que salía a la calle, cuando se levantaba, cuando escuchaba la radio, cuando iba a clases.

¡No existen!
¡No existen!
¡No existen!


Todos los días eran una negación a eso que ella soñaba y ya no creía posible.

Sol estaba desilusionada, a pesar de conocer bien las razones y entenderlas, no podía creer como la magia en su vida había desaparecido así de porrazo, con una sola persona; una sola persona había hecho que ella creyera en lo imposible y a su vez, también había hecho que pensara que todo había sido una mentira. He vivido tanto tiempo engañada, que pérdida de tiempo.

Sin embargo las frases, los sueños, las personas, los niños, las canciones, las bancas de los parques... todo seguía apareciendo cada vez que ella pensaba en él esperando que este bien, en que lo extrañaba tanto.

Un día se sentó a leer el periódico en el parque y no pudo evitar ponerse a llorar, ¿Qué hago sola en un parque que me recordará siempre a él?¿Por qué me empeño en recordarlo si sé que él ya no se acuerda de mí? Repetía para si una y otra vez mientras se escondía tras sus lentes y su periódico humedecido.

Por un momento perdió la noción de lo que pasaba a su alrededor, sólo decía en su mente lo mismo una y otra vez: "No existe, no existe, estas loca, esas cosas no existen"; pensaba que la repetición de esas frases iban a hacer que de alguna forma se convenciera de que no había ninguna señal. Mientras repetía su mantra incrédulo, las lágrimas caían y ella no se daba cuenta de nada más, sólo pensaba que tenía que ser realista.

En ese momento sintió una mano en su hombro, volteó a mirar y se asustó al ver que un desconocido le sonreía. Antes de que trate de escapar despavorida le ofreció un librito diciéndole: "Aquel que sembró con lágrimas, cosechará con alegría". El hombre volvió a sonreírle y siguió su camino.

Sol miró el librito, una Biblia. La gente religiosa siempre quiere ser misericordiosa con aquellos que no conoce, balbuceó mientras volvía a abrir su periódico. Al hacerlo, lo primero que vio fue una frase de un afiche de una película: "Y las señales estarán en el mundo para aquellos que quieran verlas". Cambió de inmediato de página, pero ya no quería leer más, no quería ni pensar en lo que iba a decir la siguiente página.

Dobló el periódico en dos y caminó hacia la estación de bus para ir a donde sea, cualquier sitio era bueno en ese momento. Cuando subió al bus empezó a llover a cántaros, "lluvia de verano", se dijo mientras veía por la ventana como las calles pasaban casi tan rápido como sus pensamientos. Sol sabía que las lluvias de verano eran cortas y ligeras, pero esta parecía no querer irse nunca.

Al lado suyo estaba un muchacho que no dejaba de mirarla; a pesar de sentirse irritada por su constante mirada decidió no hacerle caso. El bus paró en la siguiente estación y subió una niña a vender dulces, cuando pasó por su sitio ella se negó con la cabeza y volvió a mirar las gotas que se escurrían por la ventana.

Sintió que el muchacho del sitio de al lado se movía pero no se inmutó con dicho movimiento, sus ojos estaban clavados en las gotas de lluvia ennegrecida de la ventana. De pronto ¡Bum! Una mano delante de sus ojos.

Ella retrocedió la cabeza con incomodidad, ¿qué le pasa a la gente hoy? Parecían decir sus ojos cuando los levantó para mirar a la niña que le ofrecía un dulce.

- Tomé, se lo manda el señor de allá - dijo la niña señalando al muchacho que estaba por bajarse del bus.
- Gracias, no es necesario, dijo Sol en voz alta mirando al muchacho.
El muchacho la miró y sólo le dijo:
- Tómalo, la alegría llega y la lluvia siempre se va.

Acto seguido, bajó del bus con la niña en medio de la lluvia y Sol se quedó con un dulce en la mano sin saber que decir. Miraba el dulce, no se atrevía si quiera a ver que era, de que estaba hecho o si le provocaba comérselo, sólo sentía impotencia de no poder deshacerse de esos pensamientos.

"Las señales no existen"
"Las señales no existen"
"Las señales no existen"

¿O tal vez sí?

Un momento de desconcierto la invadió por unos segundos... ¿qué esta pasando?¿Algo o Alguien esta tratando de convencerme? Me estoy volviendo loca, ahora si me volví loca.

La lluvia seguía cayendo y parecía no menguar con los minutos; ¡Que lata! ¡Ahora voy a llegar empapada a mi casa! Ojalá dejase de llover... Fue ahí donde pensó que se probaría a si misma que las señales no existen, "Que pase la lluvia, si de verdad algo va a cambiar que pase la lluvia", pero la lluvia pareció caer más fuerte en ese segundo.

Ya vez loca, las señales no existen.

Cuando empezó a pararse de su asiento para bajar, la lluvia empezó a menguar, primero de a poquitos y luego de golpe. Sol bajó del bus, dio unos pasos con miedo, miró el camino hacía su casa y vio al fondo un arco iris. Le cayó una gota de lluvia clara en la mejilla, se rió, abrió el dulce, se lo metió entero a la boca y caminó sintiendo que pronto algo estaba por cambiar.

Tiró el periódico al primer basurero que encontró, se quitó los lentes, se puso los audífonos y empezó a cantar como si nadie la escuchara. Por primera vez en mucho tiempo sintió un brillo de ilusión inexplicable; ¿Qué importaba lo que fuera a pasar? Seguramente iba a ser algo maravilloso.

Cuando dio la vuelta a la última esquina antes de entrar a su casa, empezó a buscar las llaves en su maletín, nunca estaban donde creía ponerlas. Apenas las encontró levantó la mirada para abrir la puerta y allí estaba él mirándola. Ella no se movió, no parpadeó, no dijo nada hasta que él se acercó y la abrazó.

El bajó la cabeza sin dejar de mirarla, sin decir nada. Sol volteó, tocó su mejilla y le sonrió sacudiendo las llaves en su mano, abrió la puerta y nuevamente, lo invitó a entrar.






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