domingo, 30 de marzo de 2025

Las cosas que importan

 

¿Cuántas cosas importan? el día que te reíste de mi alacena mientras la criticabas me hiciste pensar en que sí, las cosas podrían ser diferentes. Fue un momento gracioso. Tal vez yo podría hacer mover algunas cosas para que lo importante tuviera un orden. Es que el orden de las tazas nunca me había interesado, pero al ver tu sonrisa sarcástica me di cuenta de que había algo que te gustaba de estar aquí, aunque las cosas no fueran como tú las organizarías. 

Yo quería que estuvieras cómodo aquí y creo que no sabía bien por qué, pues la verdad parte de mí no tenía esperanza de que lo nuestro fuera a funcionar y parte de mi lo deseaba tanto. Creo que no ha forma de resolver esa inconsistencia que tomar una decisión: Si yo deseo compartir mi vida con alguien, debo hacer espacio para ese alguien, para que pueda estar cómodo, para poder compartir. Digo alguien porque no estaba segura de que tu quisieras ser ese alguien. Creo que esa misma inconsistencia la tenías tú, desear estar con alguien, no saber si lo nuestro iba a funcionar. 

El tiempo y el espacio es a veces un gran catalizador para las dudas. En el espacio tiempo separados, yo empecé a abrir pequeños espacios de escucha: armaritos para ordenar las tazas y la comida, un pullover que se vería lindo con tu barba, un lugar para que vayas a un concierto cerca a tu casa. Pequeñas cosas que quería compartir contigo para hacerte sentir amado, porque si tu duda era el poder ser amado, yo podía consistentemente ser la persona que te ama. Porque si mi duda era mi capacidad de compartir mi vida con alguien, tenía que abrir espacios para compartir. 

Empecé a armar pequeñas cositas para tu llegada. Teniendo miedo y esperanza, esperanza y miedo, todo junto porque ambos puedo sostenerlos cuando deseo algo que todavía no existe.

Es en uno de esos lugares de no existencia dónde tú y yo finalmente fuimos a encontrarnos. Unos mensajes que no se tocan, unas palabras que no se escuchan, unos ojos que no ven la verdad de los otros ojos. Porque cuando el espacio y el tiempo no se cruzan, nos condenan  a desvanecernos en las sombras. Sólo el espacio y tiempo que físicamente se comparte es el que genera una realidad y aunque yo te estuviera  regalando mi tiempo, tu no querías compartir el espacio. Aunque yo hiciera espacio, tu no tenías tiempo. Cualquier realidad conjunta era imposible. Por más pequeño que fuera mi deseo, era imposible, no había por dónde empezar a germinarlo. 

Entonces el miedo se volvió una certeza, la esperanza se despidió ante la claridad y quedé yo sola en un espacio que esperaba ser habitado. No un espacio vacío, sino de posibilidad; sólo que tu no querías ser esa posibilidad. Digo que el miedo se volvió certeza porque ese día, me di cuenta de que yo tenía un hogar que quería compartir y eso, contigo o sin ti, no iba a cambiar. La certeza del hogar que vive en mi es lo más sincero que puedo ofrecer, pero tú no sabes a qué se siente el hogar porque vives huyendo del tuyo propio, del que está en tu corazón, del que espera ser acogido y apreciado. 

No tienes espacio para el cobijo del amor o el calor de las palabras que se beben en sincera compañía. No crees en la mano que se te tiende esperando sostener la tuya. Te llenas de vacíos que creas con tus repetidas ausencias a los lugares dónde eres amado y tu repetida presencia en lugares dónde no llegan por ti.   

Las cosas que importan son sólo objetos inanimados cuando uno mismo no les asigna un valor.