¿Cuántas cosas importan? el día que te reíste de mi alacena
mientras la criticabas me hiciste pensar en que sí, las cosas podrían ser
diferentes. Fue un momento gracioso. Tal vez yo podría hacer mover algunas
cosas para que lo importante tuviera un orden. Es que el orden de las tazas
nunca me había interesado, pero al ver tu sonrisa sarcástica me di cuenta de
que había algo que te gustaba de estar aquí, aunque las cosas no fueran como tú
las organizarías.
Yo quería que estuvieras cómodo aquí y creo que no sabía
bien por qué, pues la verdad parte de mí no tenía esperanza de que lo nuestro
fuera a funcionar y parte de mi lo deseaba tanto. Creo que no ha forma de
resolver esa inconsistencia que tomar una decisión: Si yo deseo compartir mi
vida con alguien, debo hacer espacio para ese alguien, para que pueda estar
cómodo, para poder compartir. Digo alguien porque no estaba segura de que tu
quisieras ser ese alguien. Creo que esa misma inconsistencia la tenías tú,
desear estar con alguien, no saber si lo nuestro iba a funcionar.
El tiempo y el espacio es a veces un gran catalizador para
las dudas. En el espacio tiempo separados, yo empecé a abrir pequeños espacios
de escucha: armaritos para ordenar las tazas y la comida, un pullover que se
vería lindo con tu barba, un lugar para que vayas a un concierto cerca a tu
casa. Pequeñas cosas que quería compartir contigo para hacerte sentir amado,
porque si tu duda era el poder ser amado, yo podía consistentemente ser la
persona que te ama. Porque si mi duda era mi capacidad de compartir mi vida con
alguien, tenía que abrir espacios para compartir.
Empecé a armar pequeñas cositas para tu llegada. Teniendo
miedo y esperanza, esperanza y miedo, todo junto porque ambos puedo sostenerlos
cuando deseo algo que todavía no existe.
Es en uno de esos lugares de no existencia dónde tú y yo
finalmente fuimos a encontrarnos. Unos mensajes que no se tocan, unas palabras
que no se escuchan, unos ojos que no ven la verdad de los otros ojos. Porque
cuando el espacio y el tiempo no se cruzan, nos condenan a desvanecernos
en las sombras. Sólo el espacio y tiempo que físicamente se comparte es el que genera
una realidad y aunque yo te estuviera regalando mi tiempo, tu no querías
compartir el espacio. Aunque yo hiciera espacio, tu no tenías tiempo. Cualquier
realidad conjunta era imposible. Por más pequeño que fuera mi deseo, era
imposible, no había por dónde empezar a germinarlo.
Entonces el miedo se volvió una certeza, la esperanza se
despidió ante la claridad y quedé yo sola en un espacio que esperaba ser
habitado. No un espacio vacío, sino de posibilidad; sólo que tu no querías ser
esa posibilidad. Digo que el miedo se volvió certeza porque ese día, me di
cuenta de que yo tenía un hogar que quería compartir y eso, contigo o sin ti, no
iba a cambiar. La certeza del hogar que vive en mi es lo más sincero que puedo
ofrecer, pero tú no sabes a qué se siente el hogar porque vives huyendo del
tuyo propio, del que está en tu corazón, del que espera ser acogido y
apreciado.
No tienes espacio para el cobijo del amor o el calor de las
palabras que se beben en sincera compañía. No crees en la mano que se te tiende
esperando sostener la tuya. Te llenas de vacíos que creas con tus repetidas
ausencias a los lugares dónde eres amado y tu repetida presencia en lugares
dónde no llegan por ti.
Las cosas que importan son sólo objetos inanimados cuando
uno mismo no les asigna un valor.