lunes, 10 de noviembre de 2008

Unas señoras

Cuando era chiquita me encantaba mirar a las personas, todos se veían tan grandes y raros, unos más claros, unos más oscuros, altos o bajos; mirarlos era algo que me encantaba hacer y mi calidad de niña me lo permitía, los niños tiene permiso para ver sin ofender.


El mejor lugar para ver gente de todos los tipos, colores y tamaños era el mercado, aunque debo decir que no me gustaba ir del todo... el olor de todo mesclado con todo, el agua con tierra, hojas y sangre, los ruidos del afilador, del pollero, del zapatero, los gritos de los que ofrecen sus productos... simplemente demasiada información. Aún así, a mi me gustaba ver gente, así que si me ofrecian acompañar a alguien al mercado, iba contenta para ver a las personas y concentraba mi mentecita para no ver (u oler) todo el rededor, debo decir que no siempre tenía éxito.


Un día mi abuelita me dijo que nos ibamos al mercado, yo que andaba bien aburrida me paré y fui andando rapidito. Ese día agarré muchas papas, jugue con el arroz, salté los charcos de agua con sabrá Dios que (ya desde aquellas epocas me daba wacala los liquidos de dudosa procedencia) y vi mucha muchisima gente extraña en un día de sol, pero sólo una ha quedado en mi memoria hasta el día de hoy: La señora de las polleras grandes y ojos negros de buen cordero.


Ya ibamos saliendo del mercado cuando mi abuela se acordó de algo que le faltaba, así que fuimos a una de sus caseras cerca de la puerta de salida, mientras ella conversaba como siempre, yo me puse a jugar con un saco de lentejas que estaba a mi altura, super ensimismada con la sensación de tener un montón de circulitos corriendo por mis manos. Fui saliendo de mi concentración por las lentejas en el momento que sentí que alguien me miraba, en un inicio no le hice mucho caso pero fue inevitable cuando ya todos me miraban, ahí deje de jugar y fui a ver que era lo que decia mi abuelitaa esas señoras.


Eran 3 señoras conversando, mi abuela, su casera y la mama de la casera, una señora calladita y mayor, que usaba una pollera gigantesca y rechonchita, con la piel quemada por el sol y unos ojos negros tan buenos que daban ganas de abrazarla. ¡Qué linda su nieta! decía la casera, mi abuela se regodeaba en el comentario mientras contaba lo buena niña que era, yo miraba a la señora calladita que estaba sentada frente mio; yo la miraba, ella me miraba a mi.


La mirada de la señora me daba una sensación extraña, no era miedo, tal vez un poco de curiosidad, sólo me daba ganas de mirarla sin razón alguna y ella no tenía problemas en dejarse mirar, eso siempre me ha gustado de las personas. Parecía que la curiosidad era mutua.


Cuando ya se acababa la conversación entre la casera y mi abuela, ella me tomó de la mano y me dijo que me despidiera. Yo levanté la mano y en ese momento la señora de la pollera habló: Es una niña con suerte, su niña tiene estrella. ¡Ay si! decía mi abuelita mirandola a los ojos con algo de seriedad, yo ya no sabía a quien mirar, las dos se veían especialmente interezantes.


Antes de que mi abuela siguiera avanzando, la señora empezó a buscar algo en sus polleras, tomó mi mano y sobre ella puso una muñequita roja mientras me decía: para que me recuerdes. Yo volteé a mirar a mi abuelita para pedir persmiso y recibir algo de un extraño; ella asintió y yo agarre bien la muñequita. Abrí la mano y era chiquita hasta para mi manito, ¡estaba tan bonita!, toda de color rojo con líneas que formaban su pelo, falda y manitos. Volví a cerrar la mano, le agradecí y pegué la muñeca a mi barriga, realmente me había gustado mucho.

Tuve esa misma sensación de la señora y la muñeca  hace unos días mientras estaba en La Pava comiendo con un amigo y volví a tener la misma sensación con 3 mujeres que estaban comiendo en otras mesas, una joven y las otras 2 ya bastante mayores.


Supuestamente, ibamos a salir a correr... pero mi amigo llegó tan tarde que a mi ya me había entrado la sensación desertora... asi que aunque sea para conversar un rato, nos fuimos a comer algo, reirnos de la flojera y engordar la panza un poco.


Ya sentados en la sanguchería, entró una chica como de mi edad con un señor que parecía ser su papá. Es linda - pensé- y seguí comiendo mi pan con pavo, pero luego de eso ya no podía seguir... trataba de hablar con mi amigo pero la mirada me taladraba la sien... así que volteé a mirarla para ver que era lo que tanto miraba, tal vez la conocía, tal vez tenía changos en la cara... que se yo. Allí nos quedamos unos segundos, mirándonos a la cara sin hacer ningún gesto, levanté una ceja, hice una media sonrisa, ella me sonrió de vuelta y cada una volvió a la conversación en su mesa.

Mi amigo se fue al baño y se demoraba un poco, volteé a mirar si venía y vi a 2 señoras sentadas en la barra conversando. ¡Que lindas! - pensé- Yo quisiera ser así con mis amigas cuando sea viejita, salir a comerme un sandwich recontra taipa y conversar de tonterias, que dulzura. Justo cuando mi amigo salía del baño ellas voltearon y me vieron; fue allí donde regresó la sensación de la niñez: Empezaron a mirarme, comentaron entre ellas y me miraron nuevamente.

Ok, de hecho tengo changos en la cara... ya 3 personas en el mismo restaurant es demasiado. Mi amigo se sentó y le pregunté:

- ¿Tengo algo en la cara?
- No, ¿por qué? contesto con extrañeza.

- Porque ya van 3 personas que me miran fijamente como si tuviera algo raro.

- Bueno aparte de andar siempre despeinada, no creo que haya ninguna novedad.


No reímos y seguimos hablando, comiendo como chanchos el par de sandwichs gigantes que habíamos pedido. Las miradas seguian allí, pulsando como si esperaran que volteara o algo así, simplemente decidí ignorarlas.


Ya cuando ibamos a terminar, tuve esta sensación en el hombro, esa de cuando sabes que alguien se acerca pero no volteas a mirar, sabes que esta ahi, que ya viene, pero te quedas quieto; ¿por qué iba a quedarme quieta? Volteé a mirar y me encontre con las dos señoras que iban saliendo de La pava, las miré a los ojos y les sonreí, ellas sonrieron, cerraron los ojos, asintieron con la cabeza y siguieron caminando, no sé si se sintió más como un saludo o un reconocimiento. Fue sólo un segundos, esa sensación... ni si quiera se como explicarla.


Luego de eso las señoras voltearon y saludaron con la mano a la chica de la otra mesa, ella las saludó de vuelta con una sonrisa mientras ellas seguían su camino. Yo me quedé pensando unos segundos hasta que mi amigo volvió a hablarme:

- ¿Qué raras no?

- Si... un par de brujas.

Nos reímos volvímos a nuestra conversación.